Verano en Marrakech

Todo el mundo habla de Marrakech con magia, embrujo, encanto, hechizo... lo siento, me encantaría deciros todo lo maravilloso que fue el viaje, pero lo cierto es que no fue así. Os sitúo: coincidió en verano, el puente del 15 de Agosto con una ola de calor sahariano que asolaba la península y como teníamos los días libres, pillamos un vuelo low cost por 40 euros ida/vuelta por persona. Salíamos en bus hacia Sevilla de donde cogíamos el vuelo y empezó bien la cosa: a los 20 minutos de montarnos, ya todos éramos conscientes de que un 14 de Agosto a las 5 de la tarde íbamos en un autobús con el aire acondicionado estropeado que no sólo no echaba aire frío, ¡sino que lo expulsaba ardiendo! Llegamos a Sevilla exhaustos (os podéis imaginar) y después de reclamar todos ante la compañía (que era consciente de que el a/c no funcionaba y aún así lo dejó salir) a la que le importó un pimiento, nos alojamos en Sevilla antes de coger el avión.
Nada más bajarnos en el aeropuerto comenzó nuestra típica vena guiri y empezaron los "contratiempos"  uno que pasaba por allí empleado del aeropuerto vino de malas maneras gritando para que no hiciéramos fotos. Después hicimos grandes colas ante unos puestos de control en los que debes rellenar unas fichas especificando tus datos personales (hasta la profesión a la que te dedicas) para que te sellen el pasaporte. El aspecto del aeropuerto Marrakech Menara me gustaba, era despejado, con cierto aire de modernidad y decadencia en partes iguales en el que había unas ventanillas en el centro donde cambiabas los Euros por Dirhams, hay que fijarse bien en el cambio, diríamos, pero lo cierto es que no te quedan más opciones que cambiarlo sí o sí. 

Al salir para coger un taxi nos encontramos con otra situación: los taxistas prácticamente ninguno habla inglés, así que hay que chapurrear en el idioma universal gestual. El tema era que nos encontramos ante una monumental discusión de manera gestualmente muy agresiva entre dos taxistas que se peleaban por llevar a unos turistas. Todos teníamos las mismas caras, de turistas y de alelados. Cuando nos quisimos apartar de ellos, se nos acercó otro para preguntarnos a dónde nos llevaba y como no entendía (¿?) el nombre del hotel, sacamos los papeles de la reserva ¡error! los cogió y se los llevó ante nuestro asombro. Llevábamos una hora en suelo marroquí  y yo no podía estar más estresada...
Ahora tocaba negociar con él el precio del transporte en un Mercedes que podía ser perfectamente de 1970 (con la mejor de las suertes) o en un Fiat Uno del año 1950 (lo más habitual). No esperéis que los vehículos estén limpios, cierren bien las puertas o tan siquiera no huelan
Tuvimos la "suerte" de encontrarnos con otros 3 chicos españoles que estaban igual que nosotros, así que compartimos todos el taxi. Ni que decir tiene que no sólo íbamos 6 personas apiñonadas en un coche del año de la nana, sino que además, de los cinturones de seguridad, ni hablamos.

Llegamos al hotel: era precioso. Un antiguo Sheraton que conservaba la construcción y la estructura con cierto encanto. Contaba con varios edificios, 4 restaurantes diferentes y una piscina central enorme con una barra de bar.


Como llevábamos nuestra guía de visita desde España, nos cambiamos y salimos para la plaza Jemaa el-Fnaa: la plaza principal de Marrakech y a su vez, uno de los puntos más emblemáticos. Durante el día hay multitud de puestos de frutas que te ofrecen zumos naturales y por la noche todo se llena de luces que cubren una plaza llena de puestos de comida. 
Plaza Jemaa el-Fnaa de día

Plaza Jemaa el-Fnaa al anochecer

El ambiente estaba caldeado: con el calor, los olores de la plaza se intensificaban y estaban en pleno Ramadán por lo que muchos servicios se encontraban limitados. El humor de los locales no era digamos muy amigable. Bajo una sombrilla se encontraban varios marroquíes con unos monitos titi y unas serpientes, se las colgaban literalmente de los hombros a los turistas que por allí pasaban. Nosotros rehusamos la oferta tras la que además después te exigían un importe no inferior a... te piden un donativo. Haciendo las típicas fotos de pareja con la plaza de fondo escuchamos a un marroquí que venía gritando (lo que se dice desgañitarse) desde la mitad de la plaza señalándonos con el dedo, se va hacia mi pareja, le quita la cámara de fotos de las manos (tal que así, sin pedir permiso ni nada) y empieza a decirnos que le paguemos por la foto:
-¿pero qué foto?
-Síiii, la foto!!!!
Ante nuestro asombro, se dedicó a ver todas nuestras fotos personales hasta que le dio la gana y comprobó que no habíamos fotografiado al mono. Pues sí. Unas vacaciones puro relax. 

No me gustaría que pudiera parecer que quiero irme a la crítica fácil o a desprestigiar a nadie, honestamente me gustaría poder contar algunos gestos agradables del viaje, pero lamentablemente no puedo. Durante los tres días siguientes, la tónica fue: el regateo agresivo e insistente, los mercaderes siguiéndote con productos para que compraras aún negándote dándole las gracias, los regateos antes de cada taxi, los precios nada baratos (realmente ya nos tienen cogido el truco: los bares o souvenirs están a precio de España) pero supongo que tenemos muy asimilado eso de Marrakech, mercadillo, cambio a Dirhams, barato. Casi a mitad del principio del zoco (es bastante grande, lleno de callejones imposibles) era tal la manera tan intimidatoria en la que me miraban, que mi chico por iniciativa propia me dijo: se acabó, menudo estrés de viaje! vámonos a la piscina del hotel. Y es que sí, posiblemente nunca nos fuera a pasar nada, pero la intimidación era evidente y lo mostraban de una manera abierta y descarada.

Mezquita Koutoubia (prima de la Giralda de Sevilla)


Y así fue. Nos quedamos en el hotel tan agusto. A la vuelta...otro estrés. Pedimos un taxi en el hotel, negociamos el precio que eran (30 Dhs= 3 euros aprox.) Y llegando al aeropuerto (unos 50 minutos antes de salir el avión) no nos deja en la entrada sino que se mete en el parking y nos pide 30, pero ¡¡¡¡30 euros por persona!!!! Yo sólo quería llorar pensando que perdíamos el avión y tenía que pasar aunque fuera una sóla hora más allí. Mi chico discutiendo con él (si algo quedó claro es que para hacerte valer hay que gritar igual o más que ellos) y a ésto que no se me ocurre a mí otra cosa que meterme en la discusión... os podéis imaginar la cara de desprecio que me puso el taxista cuando vio que yo le hablaba a él (prefiero no imaginarme lo que pensaba en ese momento) Tras el primer día y medio allí nos dimos cuenta de algo que inocentemente no habíamos valorado: mi chico para evitar llevar en los pantalones de lino la cartera, me la dio a mi para que se la llevara en mi bolso, al igual que la cámara de fotos, de manera que para pagar en cualquier sitio, la que sacaba la cartera era yo y eso no les sienta nada bien.

En la tienda del aeropuerto tenían unos productos maravillosos de regalo, me encantaron. Eran mucho mejores que cualquier cosa comprada de regateo en los mercadillos (para mi gusto) eso sí, a precios europeos.




Conclusión personal: por el ambiente árabe y el exotismo, me quedo con Tánger. La he visitado en un par de ocasiones y los que allí viven son más abiertos, más amables y están más acostumbrados a nosotros, es una ciudad con puerto lo cual facilita mucho más la extraversión. 
Soy conciente de que quizás no fuimos en una fecha adecuada o que tuvimos algo de mala suerte con respecto a la gente con la que tratamos, no lo sé; pero volver a Marrakech no entra en mis planes ni aunque me regalen el viaje. Y no hablo desde los prejuicios (fuimos muy ilusionados) he visitado más de 10 países y me considero tolerante, pero por lo que escuchamos de otros turistas con los que coincidimos, creo que no somos los únicos en no repetir.


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Comentarios

Marialu ha dicho que…
Aunque suene raro a mi lo paises árabes no me emocionan mucho, pese a que su arte es excelente.
Un beso,
Mlu